China y ASEAN: del libre comercio a la competencia estratégica en 2025
En un contexto de reconfiguración comercial global, la relación China–ASEAN vive una transición: de un modelo funcionalista centrado en el libre comercio e inversión, hacia una dinámica de mayores tensiones industriales y riesgos de dependencia. El salto al ACFTA 3.0 promete modernizar la relación, pero también podría consolidar ciertas asimetrías. Entre integración y rivalidad contenida, el futuro dependerá de la capacidad de ASEAN para negociar en bloque y equilibrar la influencia de un socio tan cercano como dominante. ¿Podrá mantenerse un equilibrio beneficioso para ambas partes?
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En 2024, el comercio entre China y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) alcanzó los $982 mil millones de dólares, un 7,8% más que en 2023. Así, la ASEAN se consolidó como el primer socio comercial de Pekín, con un intercambio cada vez más libre de aranceles y dominado por productos intermedios que alimentan cadenas de producción compartidas.
En el primer trimestre de 2025, las exportaciones chinas al bloque aumentaron un 16,6%, mientras que las dirigidas a Estados Unidos se desplomaron más del 20%. En este escenario, Pekín concentra cada vez más su intercambio comercial en Asia, tanto por cercanía como para amortiguar la presión comercial de Occidente.
Del modelo funcional a la competencia industrial
Durante dos décadas, la relación entre China y la ASEAN se ha guiado por un enfoque funcionalista: cooperación en comercio e inversión evitando choques políticos o territoriales. El Área de Libre Comercio ASEAN–China (ACFTA), vigente desde 2010, permitió un salto cuantitativo en los flujos comerciales. Ese proceso se reforzó en 2022 con la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), el mayor tratado comercial del mundo, que une a 15 economías de Asia-Pacífico.
Sin embargo, este modelo empieza a mostrar grietas. La entrada masiva de bienes chinos a bajo costo está desplazando la producción local en países de la ASEAN. Este “shock” está obligando a los gobiernos de la región a replantear sus estrategias industriales. El dilema se encuentra entre seguir profundizando la apertura o imponer límites para proteger el empleo y las capacidades productivas locales.
El salto al ACFTA 3.0: modernización o consolidación de la asimetría
En octubre de 2024, ambas partes cerraron la negociación del Acuerdo de Libre Comercio ASEAN–China 3.0. Este incluye materias como cooperación digital, comercio verde e inversiones estratégicas. El gobierno chino considera que el acuerdo modernizado es clave para garantizar su acceso al mercado regional y mitigar el impacto del creciente proteccionismo global.
No obstante, la combinación de acuerdos —incluyendo el ACFTA original y el RCEP— podría reforzar el papel de Pekín como centro manufacturero dominante. El riesgo para ASEAN es que este salto consolide una relación asimétrica: China podría absorber más valor agregado y relegar a sus socios al rol de ensambladores o exportadores de materias primas.
Si los países del bloque no diversifican mercados y fortalecen su base productiva, podrían quedar atrapados en una dependencia estructural difícil de revertir. Esta dinámica ya se refleja en la balanza comercial: varios miembros registran déficits crecientes con China, lo que subraya la urgencia de políticas que impulsen capacidades locales y fomenten la innovación.
Al mismo tiempo, la creciente centralidad de China en las cadenas productivas conlleva riesgos geopolíticos: varios países mantienen disputas territoriales en el Mar de China Meridional, y la interdependencia económica podría amplificar los efectos de estas tensiones si la competencia regional se intensifica.
¿Integración o rivalidad contenida?
La relación China–ASEAN está entrando en una fase de incertidumbre. La interdependencia económica es innegable, pero el equilibrio en los beneficios está en discusión. El libre comercio ha impulsado el crecimiento, pero también ha expuesto vulnerabilidades: pérdida de sectores industriales, dependencia de insumos chinos y riesgo de alineamiento político forzado.
El balance de la relación dependerá de la capacidad de los países de la región para negociar en bloque, exigir una mayor transferencia tecnológica y diversificar sus socios. Para China, mantener la narrativa de cooperación “ganar-ganar” seguirá siendo clave, aunque el peso de su economía tenderá a inclinar la balanza a su favor.
Lo que durante dos décadas funcionó como un modelo exitoso de integración funcional podría transformarse en un escenario de competencia estratégica encubierta. En este contexto, la habilidad política para mediar, coordinar y preservar el equilibrio entre las partes será tan importante como la fuerza económica. El verdadero beneficio de la apertura tecnológica dependerá de que la región acompañe el acuerdo con políticas activas de innovación, capaces de transformar oportunidades en ventajas concretas.