¿Dependencia estratégica? El rol de China en el comercio y la inversión latinoamericana
América Latina ha visto crecer abruptamente sus exportaciones a China en commodities claves como hierro, litio y soja. Ese vínculo, fundado en la demanda creciente del gigante asiático, trae impulso pero también amplía la vulnerabilidad de la región. En un contexto de recalibración estratégica frente a Estados Unidos, se busca explorar cómo el avance chino empodera y, al mismo tiempo, subordina.
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En tan solo dos décadas, China pasó de ser un actor periférico a transformarse en el principal socio comercial de América Latina. Este intercambio alcanzó 518 mil millones de dólares en 2024, con previsiones de superar los 700 mil millones para 2035. Este crecimiento acelerado ha abierto oportunidades sin precedentes, pero también ha planteado un dilema estratégico: ¿está América Latina construyendo una plataforma para un desarrollo autónomo o consolidando una nueva dependencia?
Un mercado voraz, pero concentrado
La expansión del vínculo con China es incuestionable. Argentina, Brasil y Chile han encontrado en Pekín un comprador voraz de soja, cobre, petróleo y litio. Estos flujos sostienen sus cuentas externas y aseguran ingresos fiscales. A la vez, la importación de maquinaria y bienes de capital chinos ha reducido costos y ampliado el acceso a tecnología en distintos sectores.
El patrón es claro: más del 80% de lo que la región exporta son materias primas de bajo valor agregado. En 2024, el 28% de las exportaciones sudamericanas tuvieron como destino China, mientras solo un 16% se dirigieron a Estados Unidos. Esto no solo refleja concentración geográfica, sino también una vulnerabilidad productiva. La balanza se inclina hacia un modelo extractivo difícil de sostener a largo plazo.
Vulnerabilidad ante los ciclos de Pekín
El crecimiento de América Latina está hoy atado al ritmo de la economía china. Entre enero y mayo de 2025, las exportaciones chinas hacia Brasil crecieron en 25%, y hacia Argentina casi un 90%. Son cifras que muestran la magnitud del auge, pero también la fragilidad: un freno en Pekín impactaría de inmediato sobre los precios de commodities claves para la región.
La UNCTAD advierte que América Latina sigue atrapada en la “primarización” de sus exportaciones. El Fondo Monetario Internacional coincide: un shock negativo en la demanda china se transmite rápidamente a la región, con efectos sobre los niveles de recaudación fiscal, inflación y su estabilidad política.
Este modelo ofrece ganancias inmediatas, pero amenaza con cristalizar una “trampa de la dependencia”: crecimiento acelerado en el presente, con poca capacidad de sostenerse si cambian las condiciones externas.
China como inversor estratégico
El rol de China va más allá del comercio. En 2024, destinó 14.700 millones de dólares en inversión directa a América Latina, según UPI. En Brasil, las adquisiciones de empresas chinas alcanzaron 1.700 millones de dólares en la primera mitad del 2025, la cifra más alta en ocho años.
Un caso emblemático es el Puerto de Chancay en Perú, inaugurado en noviembre del 2024, tras una inversión de 3.500 millones de dólares. Con participación mayoritaria de la estatal COSCO, ya funciona como hub regional, con capacidad para movilizar hasta un millón de contenedores anuales. En abril del 2025, se habilitó una ruta directa con Guangzhou, reduciendo costos logísticos en un 20%. Más allá de su valor económico, el proyecto tiene implicancias geopolíticas: Washington observa con inquietud el avance de China en infraestructura portuaria estratégica.
Esta expansión forma parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Solo en la primera mitad del 2025, el programa movilizó 123 mil millones de dólares a nivel global, con cerca de 10 mil millones destinados a energías limpias, varias en América Latina. La apuesta china es clara: no solo busca materias primas, sino también posiciones estratégicas en energía, transporte y tecnología.
¿Cómo evitar la trampa de la dependencia?
La región enfrenta un dilema estratégico. Puede seguir beneficiándose del auge exportador, aceptando una dependencia creciente, o puede utilizar este momento para diversificar su matriz productiva y alianzas estratégicas.
Las estrategias posibles son tres. La primera, avanzar en cadenas de valor con mayor contenido tecnológico, evitando que el litio, el cobre o la soja salgan en bruto sin generar empleos industriales. La segunda, mantener una diplomacia económica equilibrada: aprovechar la relación con China, pero sin descuidar los vínculos con Estados Unidos, Europa y Asia. La tercera, reforzar la integración regional: solo con coordinación podrán los países negociar en mejores condiciones y evitar competir entre sí por captar inversión extranjera.
China se ha consolidado como socio central de América Latina, pero el costo es creciente. Sus compras e inversiones sostienen las economías locales, pero a su vez definen su vulnerabilidad. La región debe decidir si acepta la dependencia como un destino inevitable o si aprovecha esta coyuntura para diversificar, innovar e integrarse.
El verdadero desafío no está en elegir entre China o Estados Unidos, sino en construir una estrategia propia que permita a América Latina ganar autonomía. Lo que hoy aparece como oportunidad, mañana puede convertirse en límite.