El auge del anti-turismo
Tras la pandemia, el turismo global creció aceleradamente, desencadenando protestas en diversas ciudades debido al aumento del coste de vida, la gentrificación y la sobrecarga de servicios. El malestar se concentra en aquellos territorios donde el turismo ha superado su capacidad de absorción, evidenciando la tensión entre potencial económico y la saturación de los destinos. En Argentina, el impacto de la masificación turística se encuentra en evolución. Su destino dependerá de si continúa el camino del crecimiento desregulado o si consolida un modelo sostenible con regulaciones claras.
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El turismo ha sido durante décadas una de las principales actividades socioeconómicas a nivel mundial. A lo largo del tiempo, ha impulsado el crecimiento productivo, generado millones de empleos y fomentado el intercambio cultural. Sin embargo, en los últimos años, la expansión descontrolada del turismo se ha convertido en la fuente de un creciente número de conflictos en ciudades alrededor del mundo.
Bajo lemas como “Más residentes, menos clientes” o “Mi miseria es tu paraíso”, miles de ciudadanos se levantan contra un modelo que, aseguran, los expulsa de sus propias casas. Aunque las quejas locales no son algo reciente, el movimiento anti-turismo, con protestas organizadas y visibles, ha ganado tracción desde la pandemia. Este fenómeno abarca la gentrificación, el aumento de los alquileres, la saturación de infraestructuras y el impacto ecológico en Argentina y el mundo.
Checkpoints turísticos: demasiada gente en un mismo lugar
El problema no es el turismo, sino cómo el deseo desmesurado de viajar arrolla la vida cotidiana de los ciudadanos. Según datos de la Organización Mundial del Turismo (OMT), el sector supera los niveles pre-pandémicos, con ingresos que rozan los 1.4 billones de dólares a nivel global. Esta recuperación acelerada, impulsada por la conectividad de bajo costo y las plataformas digitales de alquiler, ha provocado que muchos destinos superen su capacidad de carga.
En Europa, específicamente en España, las protestas no han dejado de aumentar significativamente en las zonas costeras. Datos muestran que Barcelona alcanzó los 9,2 millones de turistas, generando una sobrecarga en infraestructura y el aumento de los precios de alquiler mayor al 25% en los últimos tres años. Como respuesta, los manifestantes han realizado la acción simbólica de rociar con pistolas de agua a los turistas en las playas.
El mapa de las protestas continúa en Lisboa, donde barrios históricos se vacían de vecinos para llenarse de apartamentos de Airbnb. En Italia, las ciudades se convierten en parques temáticos congestionados que deterioran la arquitectura: Venecia, con una población de 50.000 habitantes, recibe 25 millones de visitantes al año. Sin importar que hubiera 150 manifestaciones en 2023 contra el sobre turismo, la única medida del gobierno italiano fue limitar la entrada a 80.000 turistas diarios a la ciudad.
La dualidad económica es innegable. Si bien el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC) destaca la capacidad de esta actividad para generar empleo y aportar miles de millones al PBI de los países, este beneficio no siempre permea a la comunidad local. A menudo, conduce a una economía de enclave, donde los grandes operadores hoteleros y las plataformas internacionales capturan el mayor valor de la cadena. Para el residente, esto se traduce en el aumento de la inflación y la sensación de la pérdida del “derecho a la ciudad”.
Cruzando el Atlántico, en Ciudad de México, la gentrificación impulsada por los “nómadas digitales” disparó los precios de servicios básicos, llegando a colmar a los mismos. En el Caribe (Punta Cana, Cancún, República Dominicana, Puerto Rico), el malestar local pasa por la degradación ambiental, la precarización laboral y la tensión entre población y empresa turística.
Entonces, ¿qué exigen los residentes para combatir el fenómeno? Principalmente moratorias hoteleras, límites a los vuelos y, sobre todo, una regulación estricta de los pisos turísticos ante la especulación inmobiliaria.
Argentina, entre el potencial económico y la advertencia
Aunque el sector es esencial para el desarrollo, las protestas internacionales han mostrado el crecimiento desregulado de la industria del turismo. Los datos de WTTC, prevén un aporte de 39 millones de dólares al PIB de Argentina en la próxima década, revelando su importancia estratégica para la economía. Este sector es una fuente activa de ingresos y creación de miles de empleos directos e indirectos para las provincias.
El país no ha experimentado manifestaciones masivas contra el turismo, sin embargo los síntomas de este fenómeno ya son evidentes. En Buenos Aires, barrios como Palermo o Chacarita experimentan un proceso acelerado de desplazamiento urbano. La oferta de alquileres temporarios desplaza a los contratos de vivienda permanente y encarece el costo de vida. Los destinos de alta demanda (Bariloche, Ushuaia y Purmamarca) sufren de una gran presión sobre el suelo urbano y la demanda habitacional, dificultando el acceso a viviendas para los propios residentes y trabajadores locales. El caso de Argentina es una paradoja, mientras busca atraer divisas del exterior, sus propios ciudadanos no pueden costear vacaciones en su propio territorio.
Los conflictos en Europa y otros países de América son la advertencia para no seguir el mismo camino. El auge de estas demandas muestra la necesidad de establecer medidas para anticiparse a los desequilibrios del crecimiento. El potencial turístico puede ser clave para el desarrollo regional si se gestiona correctamente. Sin embargo, para aprovechar esa oportunidad, se necesita implementar políticas públicas inteligentes, acompañadas de la participación activa de los actores locales y de un enfoque sostenible que integre a las comunidades en la cadena de valor.