El deporte y la diplomacia

El deporte trasciende su función recreativa cuando se convierte en vehículo de poder blando. En un mundo donde las formas tradicionales de diplomacia coexisten con herramientas simbólicas y culturales, los eventos deportivos han demostrado ser eficaces para promover la identidad nacional, tender puentes diplomáticos y proyectar influencia internacional. Desde la "diplomacia del ping-pong" entre China y Estados Unidos hasta la reciente Copa Mundial de la FIFA en Qatar, el deporte ha sido utilizado como estrategia diplomática por diversos Estados.

POLÍTICA INTERNACIONALDESTACADOS

Agustina Erazu

5/15/20254 min read

El deporte moviliza emociones, construye narrativas y capta la atención global. Estas características lo convierten en un recurso estratégico para los Estados que buscan mejorar su imagen externa y posicionarse favorablemente en la escena internacional. La simbología, el espectáculo y la masividad de los eventos deportivos permiten amplificar mensajes culturales y políticos frente a audiencias globales.

Países como China, anfitrión de los Juegos Olímpicos de 2008, o Brasil, organizador del Mundial 2014, utilizaron estos eventos no solo para demostrar su capacidad logística, sino también para reforzar un relato de progreso, inclusión o liderazgo regional. En estos casos, el deporte actúa como una extensión del soft power: una forma de influencia que se basa en la atracción más que en la coerción.

Diplomacia en movimiento: el caso de la “diplomacia del ping-pong”

Un ejemplo clásico del uso diplomático del deporte es la llamada “diplomacia del ping-pong” entre China y Estados Unidos. En 1971, en pleno contexto de Guerra Fría, una serie de partidos amistosos de tenis de mesa entre jugadores de ambos países funcionó como gesto simbólico de acercamiento. La invitación de China a una delegación estadounidense permitió abrir un canal informal de diálogo tras décadas de enfrentamiento ideológico.

Este episodio preparó el terreno para el histórico viaje de Richard Nixon a Beijing en 1972 y marcó el inicio de la normalización de relaciones bilaterales. El caso demuestra cómo el deporte puede operar como canal indirecto de comunicación diplomática, especialmente en contextos donde los canales tradicionales están bloqueados o tensos.

De los estadios a las embajadas: el poder blando en acción

La diplomacia deportiva se inscribe en la lógica del soft power, o poder blando, un concepto formulado por el politólogo Joseph Nye. A diferencia del poder duro, que se basa en la coerción militar o económica, el poder blando busca influir en otros actores a través de la atracción cultural, los valores compartidos y la imagen pública positiva.

Los eventos deportivos permiten a los países anfitriones mostrarse como modernos, innovadores o abiertos al mundo, según los objetivos que persigan. Qatar es un caso reciente y paradigmático. Con la organización del Mundial de Fútbol 2022, este pequeño emirato del Golfo intentó consolidarse como actor relevante en el fútbol global, mejorar su reputación internacional y contrarrestar críticas sobre derechos humanos, libertades individuales y condiciones laborales.

A través de una inversión millonaria en infraestructura, campañas de comunicación y alianzas estratégicas, Qatar logró ubicarse en el centro del debate público internacional. El uso del deporte como escaparate global reforzó su presencia geopolítica, mostrando cómo incluso Estados pequeños pueden emplear estas plataformas para ganar visibilidad y prestigio.

Juegos, conflictos y reconciliaciones: deporte y diplomacia en contexto

Además de su función como herramienta de poder simbólico, el deporte ha sido utilizado para facilitar procesos de reconciliación o enviar mensajes diplomáticos en momentos de conflicto. Un ejemplo reciente es el desfile conjunto de Corea del Sur y Corea del Norte durante los Juegos Olímpicos de Invierno de 2018 en Pyeongchang. Ambos países marcharon bajo una bandera unificada y presentaron un equipo conjunto de hockey femenino, en un gesto interpretado como apertura al diálogo en medio de fuertes tensiones regionales.

En América Latina, experiencias como el programa Fútbol por la Paz en Colombia han promovido la cohesión social en contextos postconflicto. Este programa, impulsado por Naciones Unidas, utiliza el fútbol como una herramienta pedagógica y comunitaria para prevenir la violencia, fomentar la resolución pacífica de conflictos y fortalecer el tejido social en regiones afectadas por décadas de conflicto armado, como el departamento del Meta (Colombia). En esta zona, históricamente marcada por la presencia de grupos armados ilegales, el fútbol ha servido como medio para reconstruir la confianza comunitaria y brindar espacios de encuentro entre jóvenes, víctimas y excombatientes. A través de encuentros deportivos talleres y espacios de diálogo, la iniciativa busca a jóvenes y comunidades mediante valores como el respeto la tolerancia y la cooperación

Incluso partidos informales entre cancillerías o fuerzas armadas han sido utilizados como formas de diplomacia paralela, contribuyendo al fortalecimiento de relaciones bilaterales desde espacios menos formales.

Deporte, identidad y proyección global

El deporte también cumple un rol clave en la construcción de identidad nacional y proyección internacional. Corea del Sur, por ejemplo, ha articulado exitosamente su estrategia de soft power combinando cultura pop, tecnología y figuras deportivas reconocidas a nivel global, como Son Heung-min. En India, el cricket funciona como plataforma de influencia regional y canal diplomático con países del sur de Asia.

Más allá del espectáculo, estas iniciativas reflejan un uso planificado del deporte como herramienta de política exterior. El deporte permite formar redes transnacionales, fomentar el diálogo intercultural y consolidar espacios de cooperación en escenarios donde las relaciones diplomáticas formales pueden ser más limitadas.

El deporte se ha convertido en una herramienta diplomática eficaz del siglo XXI. Más allá de las medallas y los récords, los eventos deportivos se han transformado en espacios de construcción simbólica, atracción cultural y posicionamiento internacional. Desde la raqueta de ping-pong en los años setenta hasta los estadios de Doha, el deporte sigue demostrando que también se juega en el tablero de la política global.

Comprender su rol no solo permite analizar nuevas formas de diplomacia contemporánea, sino también interpretar cómo los Estados construyen poder, imagen e influencia más allá de los canales tradicionales.