El rol de China en la cooperación internacional al desarrollo.

La cooperación internacional al desarrollo vive un proceso de redefinición marcado por la emergencia de China como potencia donante. Rosario García Roko analiza cómo Beijing ha consolidado un modelo propio de ayuda, articulado en torno a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Entre megaproyectos de infraestructura, nuevas instituciones financieras y principios como la no injerencia, China propone una arquitectura alternativa de gobernanza global que cuestiona las reglas tradicionales del sistema, generando oportunidades y tensiones en el equilibrio geopolítico.

POLÍTICA INTERNACIONAL

Rosario García Roko

7/2/20255 min read

Desde su fundación en 1949, la República Popular China comenzó a integrarse de forma gradual al incipiente Sistema de Cooperación Internacional al Desarrollo, que emergió tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Esta herramienta se configuró no sólo como una estrategia destinada a promover el bienestar humanitario y el crecimiento económico en los países receptores, sino también como un instrumento clave de proyección ideológica y geopolítica de los países donantes. A través de ella, las potencias buscaron consolidar esferas de influencia y disputar modelos de desarrollo en el marco de la polarización global que caracterizó el período de la Guerra Fría.

En este contexto, la participación de China comenzó a mediados de la década de 1950, siendo Corea del Norte uno de los primeros países en recibir asistencia, seguido por Vietnam y otros Estados del sudeste asiático. Estas acciones tuvieron como objetivo brindar apoyo político e impulsar la reconstrucción tras los conflictos armados que habían devastado la región. Esta primera etapa estuvo marcada por una lógica de “solidaridad socialista”, orientada a promover un bloque autónomo frente a las potencias occidentales y a sostener la lucha anticolonial.

Durante las dos décadas siguientes, la asistencia adoptó un perfil más internacional. China buscó consolidar alianzas en el continente africano, aprovechando el contexto de descolonización y el surgimiento de nuevos Estados independientes. A través de proyectos de infraestructura, cooperación técnica y asistencia médica, China se propuso posicionarse como un socio del Sur Global, diferenciándose tanto de las antiguas potencias coloniales como de la influencia de la Unión Soviética.

Sin embargo, durante la década de 1980, la cooperación internacional de Beijing experimentó una notable retracción. Este período coincidió con las reformas económicas impulsadas por Deng Xiaoping, que implican la reorientación de las prioridades nacionales hacia la modernización y la apertura al mercado. En este escenario, se requerían mayores recursos naturales y tecnológicos para sostener el proceso de expansión, lo que llevó a que la cooperación al desarrollo se volviera selectiva y orientada a proyectos que le generan beneficios directos al país. De este modo, China pasó a desempeñar una doble función: por un lado, continuó ofreciendo asistencia a determinados países en desarrollo, aunque en una escala más acotada; y también se convirtió en receptora de ayuda oficial al desarrollo por parte de organismos multilaterales y países occidentales.

El gran salto económico y político de China se produce a partir de la década de 2000. Impulsada por una clara voluntad de consolidarse como una potencia global, la nación relanzó y amplió de forma sostenida su política de cooperación al desarrollo, transformándola en una estrategia más estratégica, estructurada e institucionalizada. Este cambio no solo implicó un aumento significativo en los recursos destinados a la cooperación, sino también la creación de mecanismos y marcos institucionales que permitieron una gestión más eficiente y coordinada de sus iniciativas internacionales.

Este proceso de redefinición cobró otro impulso a partir del XVIII Congreso Nacional del Partido Comunista de China en 2012, marcó un punto de inflexión en la política exterior dando inicio a lo que las autoridades locales denominan una “nueva era”. Desde entonces, según el Ministerio de Comercio chino, “la cooperación internacional para el desarrollo se sustenta en una base filosófica más profunda y en objetivos más definidos, lo que ha conducido a la implementación de acciones concretas”.

Estas acciones hacen referencia a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI). Esta se trata del pilar de la estrategia china de cooperación internacional al desarrollo bajo el liderazgo de Xi Jinping. Lanzada oficialmente en 2013, esta ambiciosa propuesta se estructura en torno a dos ejes, por un lado, la Franja Económica de la Ruta de la Seda, que tiene como objetivo conectar China con Europa a través de Asia Central mediante corredores terrestres; y por otro, la Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI, orientada a reforzar los vínculos comerciales y logísticos entre Asia, África y América Latina a través de rutas marítimas.

Los resultados son palpables: en diez años, ciento cincuenta países y más de treinta organizaciones internacionales han firmado acuerdos para la construcción conjunta de esta iniciativa. Durante el discurso inaugural del Tercer Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional, celebrado en 2023, Xi afirmó que “la cooperación en el marco de la Franja y la Ruta ha pasado de la etapa de bosquejar el contorno a la de concretar los detalles, y los planes se han transformado en proyectos reales”. Esto refleja el paso de una visión estratégica a una implementación operativa, en la que los compromisos multilaterales comenzaron a materializarse en infraestructuras, inversiones y acuerdos tangibles. El presidente cerró su discurso con una afirmación que sintetiza la lógica interdependiente que sustenta la visión china del orden internacional: “China prosperará sólo cuando al mundo le vaya bien; y el mundo será mejor cuando a China le vaya bien”.

Sin dudas, por medio de esta estrategia Beijing actúa como promotor de un modelo alternativo de gobernanza global, fundado en principios como la soberanía nacional, la no injerencia en los asuntos internos y la construcción de una “comunidad de destino compartido para la humanidad”. Esta iniciativa encarna la visión diplomática promovida por Xi, cuyo eje central es la formulación de “un nuevo tipo de relaciones internacionales basadas en la cooperación ganar-ganar”. Desde esta perspectiva, la cooperación internacional debe no solo respetar la diversidad cultural y las particularidades socioeconómicas de los países en vías de desarrollo, sino también fomentar una gobernanza internacional más equitativa e inclusiva, basada en la coordinación de políticas, el multilateralismo y la convergencia de intereses compartidos.

No obstante, también es importante mencionar que esta expansión global también ha despertado críticas y controversias. Diversos analistas señalan que la BRI ha generado preocupaciones por el aumento del endeudamiento externo, la falta de transparencia, los impactos ambientales de los megaproyectos, la limitada participación de actores locales, entre otros. Esto ha llevado a que su implementación plantee tensiones que ponen en cuestión las condiciones bajo las cuales se lleva adelante esta forma de cooperación. A pesar de ello, esta iniciativa continúa siendo la principal herramienta para la proyección internacional de China, consolidando una red global de países socios que, más allá de los cuestionamientos, reconocen en Beijing un socio fundamental y dispuesto a invertir en proyectos que otras potencias han dejado de priorizar.

En definitiva, la cooperación internacional al desarrollo se ha convertido en una herramienta por medio de la cual China ha logrado exitosamente expandir su influencia y consolidar su presencia en el escenario global. Su posicionamiento no está en discusión. Sin dudas, el gigante asiático se ha establecido como uno de los principales donantes y lo hace a partir de un enfoque propio, con “características chinas”. En este nuevo orden, las potencias emergentes no solo compiten por recursos naturales o espacios en el mercado global, sino que también proponen modelos alternativos de desarrollo y nuevas concepciones de gobernanza internacional. Este fenómeno no sólo redefine las dinámicas de poder, sino que también genera un debate abierto sobre la sostenibilidad, la equidad y la eficacia de los esquemas de cooperación. La irrupción china obliga a repensar las formas clásicas de ayuda al desarrollo y abre un espacio para la diversificación de actores y estrategias, lo que puede significar tanto oportunidades como también desafíos para el equilibrio geopolítico mundial.