Entre armas de guerra y prácticas cotidianas: violencia sexual en conflictos bélicos
La violencia sexual en contextos bélicos ya no puede ser tratada como una aberración aislada. Su recurrencia, su carácter simbólico y su uso como herramienta de sometimiento colectivo desafían las explicaciones tradicionales. Este análisis explora los debates sobre si se trata de una táctica de guerra organizada o de una práctica oportunista tolerada, y revela cómo las agresiones sexuales, más allá del frente de batalla, producen efectos estratégicos, comunitarios y profundamente políticos.
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¿Qué es la violencia sexual? ¿Cuál es, si la hay, su relación con los conflictos bélicos? ¿Existen guerras sin violencia sexual? ¿Hay intención y estrategia bélica en el accionar de los agresores, o se trata de extensiones de lo que acontece en tiempos de “paz”? ¿Es un arma de guerra o una práctica que simplemente no escapa a los campos de batalla?
Para hablar de violencia sexual en conflictos bélicos, la literatura académica y judicial se ha tomado su tiempo. Primero, para incorporar este tipo de agresiones a su campo de estudio como algo más que marginal y, luego, para llegar a algo cercano a un acuerdo en cuanto a su definición.
Durante mucho tiempo, este tema fue considerado una cuestión de análisis periférico dentro de las relaciones internacionales. En las últimas décadas —hace no más de 50 años— su estudio ha ido creciendo: primero, como una característica “ubicua” de la guerra; luego, como una práctica más bien oportunista y desorganizada, ignorada por los líderes, sin órdenes directas pero igualmente masiva. Desde este primer paradigma, la violencia que sufren las mujeres antes de la guerra está relacionada causalmente con la que experimentan durante el conflicto. Este argumento tiene puntos fuertes, pero también limitaciones, que han dado lugar al desarrollo de teorías posteriores en el campo.
Desde esta visión, se observa, por ejemplo, que los conflictos en Medio Oriente presentan violaciones vinculadas al “honor”, relacionadas con una estructura patriarcal previa al conflicto bélico (teoría de la violencia sexual “continua”). En el sentido contrario, existen también guerras en las que la violencia sexual no se presenta en ninguna modalidad, refutando la idea de que se trate de una condición sine qua non de los conflictos armados.
La perspectiva del arma de guerra plantea que se trata de una herramienta barata, efectiva y siempre “a mano”. Economía, eficiencia y cercanía son algunos de los beneficios estratégicos de emplear la violencia sexual como táctica. A estas utilidades se suma el control social que genera: la obediencia que se obtiene de la población civil gracias al temor que se le infunde. Además, la sobreviviente, humillada y marginada por su comunidad, muchas veces es expulsada de territorios en disputa por “haberse dejado”. Los argumentos en contra de esta teoría sostienen que, si los beneficios fueran tan grandes, el número de violaciones estratégicamente planificadas sería mucho mayor.
Hoy puede decirse que se ha llegado a acuerdos más o menos sostenidos respecto a lo que se entiende por violencia sexual, más allá de incluir solamente la violación como agresión. También se han hecho esfuerzos por delimitar con mayor precisión a qué contexto bélico se hace referencia en los debates internacionales. En este sentido, Elisabeth Wood y otros expertos definen la violencia sexual como “una categoría que incluye la violación, el desnudamiento obligado, el ataque sexual sin penetración” y otras formas no explícitamente violentas como la humillación y los comentarios sexuales inadecuados.
El conjunto de datos de la SVAC (Sexual Violence and Armed Conflict) delimita lo que se considera “derivado del conflicto (armado)” a los actos de violencia perpetrados por actores armados durante períodos de conflicto o de posconflicto inmediato. Se excluye, por simplicidad, la violencia sexual por parte de civiles, pero se incluye la violencia sexual contra combatientes. Las Naciones Unidas, por su parte, incluyen toda violencia sexual que esté directa o indirectamente asociada con un conflicto, incluso aquella facilitada por entornos de impunidad para los perpetradores.
Aún existen discrepancias respecto a si se trata de un arma de guerra o de una práctica desordenada, ejercida por motu proprio e ignorada por los altos mandos más que ordenada por ellos. Más allá de esta intencionalidad, su ejercicio implica lo que Rita Segato ha llamado una “pedagogía de la crueldad”. Todos aprenden algo sobre el ejercicio del poder cuando uno de estos actos se produce, y muchas veces se ejercen a conciencia, para “educar”.
Las agresiones sexuales tienen un efecto expansivo en su capacidad de “manchar”. No afectan solo a la víctima o sobreviviente. La familia y la comunidad también son heridas. Cuando se trata de pueblos enfrentados, una fracción moralmente debilitada significa un beneficio para el adversario. Mientras tanto, este ha encontrado su “botín de guerra” en lo ajeno, no en forma de cofre de oro, sino como un cuerpo que no le pertenece. Pero no le importa.