Integración regional: ¿herramienta discursiva o posibilidad real?

A pesar de la parálisis que enfrenta, el proceso de integración regional sigue vigente en los discursos y las agendas políticas de los líderes latinoamericanos. El regionalismo, que tuvo su apogeo a inicios de siglo, enfrenta una encrucijada: ¿cómo seguir apostando por la integración y el desarrollo conjunto cuando el contexto es sumamente adverso? ¿Es una realidad tangible para América Latina o simplemente una herramienta discursiva que funciona como lógica cohesionadora para los dirigentes?

POLÍTICA INTERNACIONAL

Mara Guiducci Galvagna

9/22/20253 min read

El proceso de integración regional en América Latina se origina en la década del 60, impulsado por el auge de la industrialización por sustitución de importaciones y la necesidad de ampliar los mercados nacionales. Fomentado por las ideas de la CEPAL y la creación de la ALALC, buscaba superar la dependencia económica, ganar una mayor autonomía frente a Estados Unidos y Europa y crear economías de escala.

La encrucijada del regionalismo latinoamericano

El sueño de la “Patria Grande” y las iniciativas de integración regional tuvieron su apogeo en la década de los 2000, con el surgimiento y fortalecimiento de organismos como el Mercosur, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América y la Unasur. Estas organizaciones, aunque con enfoques diferenciados, constituyeron un proyecto de colaboración y beneficio mutuo entre los países latinoamericanos. A su vez, funcionaron como una herramienta discursiva útil para los mandatarios y dirigentes políticos de la región, que aprovecharon estas iniciativas para posicionarse como líderes del proceso. El problema es que, al ser un discurso atractivo, muchos han hecho más hincapié en las narrativas integracionistas que en las prácticas concretas para generar crecimiento y desarrollo en la región.

Más allá de algunos logros de carácter comercial y burocrático, el alto número de organismos latinoamericanistas no se traducen en una cantidad sustantiva de acuerdos concretos y transformadores. Lejos de sus años de esplendor, hoy la integración regional se encuentra en una etapa de crisis. A pesar de ello, resulta llamativo que aún siga presente no sólo en la opinión pública sino también en discursos presidenciales.

La vigencia del discurso de integración reside en su valor como herramienta de cohesión política y su capacidad para evocar una visión común de autonomía y desarrollo. No obstante, la realidad demuestra posee una gran fragilidad debido a su dependencia de las afinidades ideológicas de los gobiernos de turno, lo cual la hace vulnerable a cualquier cambio de ciclo político. Ejemplos como la salida de Brasil de la Unasur bajo el gobierno de Bolsonaro o la suspensión a Venezuela del Mercosur ilustran que las iniciativas basadas en un fuerte liderazgo político pueden desmoronarse rápidamente cuando ese liderazgo cambia de dirección. Este fenómeno de "entrada y salida" de los organismos debilita la confianza en la capacidad de estos proyectos para generar un impacto duradero.

El caso del Mercosur

El Mercosur nace en la década del 90 en el marco del regionalismo abierto con el objetivo de fortalecer la posición de las economías nacionales en el mercado global al operar como un bloque, mejorando la competitividad internacional y el desarrollo local. Si bien en su primera década logró multiplicar por diez el comercio intra-bloque, hoy se encuentra paralizado dadas las fuertes tensiones internas, disputas sobre aranceles y normas comerciales.

Pese a pequeños logros tangibles en materia de movilidad de personas como la residencia legal, la revalidación de títulos universitarios o la adopción de la Patente Única del Mercosur, el bloque no ha podido avanzar en acuerdos a gran escala. El caso paradigmático de ello es el tratado con la Unión Europea (UE), el cual se viene negociando hace 25 años. Por más que el acuerdo recientemente haya sido firmado, su ratificación es complicada: para que suceda, no pueden oponerse más de cuatro miembros de la UE. El hecho de que países como Francia o Polonia posean economías con un fuerte sector agropecuario hace que se vean afectados por el tratado y se opongan al mismo.

El desafío de construir una agenda conjunta

La divergencia de intereses entre países, la persistencia de estrategias económicas que fomentan la competencia y no la coordinación, y los problemas estructurales que aquejan a la región generaron una pérdida de foco en los objetivos integrativistas. Más allá de la poca voluntad política, la inestabilidad económica y otros desafíos internos hacen que los gobiernos se enfoquen en sus problemas domésticos en lugar de en proyectos comunes. Esto ha generado la falta de una agenda conjunta, una “inflación normativa” de acuerdos sin efecto práctico y una creciente irrelevancia de estos bloques frente a los desafíos globales.

El estancamiento del Mercosur y la proliferación de acuerdos insignificantes demuestran que, sin una institucionalidad robusta y una agenda funcional que trascienda las diferencias políticas, los sueños de integración regional son frágiles y están sujetos a los vaivenes de cada gobierno. Por lo tanto, el verdadero desafío para la región es redefinir el rol de la integración, anclándola en hechos concretos y creando una agenda conjunta que le permita actuar con independencia de la retórica política de turno.