Inundaciones urbanas: el reto de la planificación

Las lluvias extremas ya son parte del clima habitual en muchas regiones de la Argentina. Pero lo que transforma una tormenta en un desastre no es solo el agua: es la falta de planeación urbana y la escasa infraestructura pensada para estos escenarios. Para revertir esta tendencia, es clave apostar por un modelo de ciudad que integre la gestión del agua desde el diseño urbano, priorizando la infraestructura verde y el ordenamiento territorial basado en el riesgo.

AMBIENTE Y DESARROLLO SOSTENIBLE

Olivia Azcoitia

7/31/20254 min read

En marzo de 2025, la ciudad de Bahía Blanca vivió un temporal de más de 80 mm de lluvia en pocas horas. Las consecuencias fueron inmediatas: calles intransitables, casas destruidas, barrios enteros sin luz y una suspensión total de los servicios de transporte. Apenas dos meses después, múltiples municipios de la Provincia de Buenos Aires sufrieron un fenómeno similar, con lluvias récord que provocaron pérdidas humanas y materiales.

Lo llamativo no es sólo la intensidad de las lluvias, sino que nuestras ciudades sigan sin estar preparadas. Este fenómeno va más allá del clima. Si bien el cambio climático juega su parte, lo que convierte una lluvia intensa en una crisis es la falta de políticas urbanas que integren la gestión del riesgo y adapten el espacio público a una realidad en la que los eventos extremos son cada vez más frecuentes y severos.

Ciudades que le dieron la espalda al agua

Durante décadas, muchas ciudades argentinas crecieron sin tener en cuenta cómo circula el agua. El suelo natural fue reemplazado por asfalto y cemento, impidiendo que el filtre correctamente. El caso del Arroyo Vega en la Ciudad de Buenos Aires es un ejemplo claro: su canalización parcial y la urbanización en su cuenca provocaron reiteradas inundaciones en barrios como Belgrano y Colegiales. En La Plata, la desaparición progresiva de humedales y el crecimiento urbano desordenado contribuyeron a la tragedia de 2013, que dejó más de 80 muertos tras una tormenta intensa.

Arroyos entubados, humedales desaparecidos, y barrios construidos en zonas inundables, sin estudios ni medidas de prevención; un mezcla perfecta para que, cuando llueve con fuerza, el agua no tenga por dónde circular y termine invadiendo todo.

Así, cuando cae una tormenta, el sistema de desagüe (en muchos casos viejo, mal mantenido o mal diseñado) no da abasto. Lo que podría haberse resuelto con una infraestructura adecuada, termina entonces convirtiéndose en una emergencia social.

Según el Sistema Nacional de Gestión Integral del Riesgo (SINAGIR), el 60 % de las inundaciones con impacto grave en Argentina se deben a factores antrópicos: construcciones en zonas de riesgo de inundaciones, infraestructura insuficiente y una gestión territorial desarticulada.

La falta de planificación hídrica no solo genera inundaciones, sino que desencadena una serie de consecuencias sociales, económicas y ambientales profundas. Las comunidades afectadas enfrentan problemas de salud pública debido a la proliferación de enfermedades transmitidas por el agua estancada y la dificultad para acceder a servicios médicos en zonas inundadas. Además, la economía local sufre pérdidas significativas, desde comercios dañados hasta costos elevados en reparación de infraestructura y viviendas. Esta vulnerabilidad se agrava en barrios con menor infraestructura y servicios, profundizando las desigualdades sociales y generando un círculo de pobreza difícil de romper. Estudios recientes estiman que las inundaciones en Argentina representan pérdidas multimillonarias anuales, afectando no solo a las familias sino también a la productividad y el desarrollo urbano sostenible.

Aprender a convivir con el fenómeno

Muchas ciudades en el mundo que enfrentan los mismos desafíos encontraron respuestas para disminuir el efecto de las amenazas hidrometeorológicas. En vez de resistirse al agua, aprendieron a integrar en el modelo urbano, incorporándola desde el diseño urbano:

  • Copenhague transformó plazas y calles en espacios que, cuando llueve mucho, funcionan como reservorios temporales.

  • Curitiba limitó las construcciones en áreas inundables y creó una red de parques conectados por lagunas que absorben el exceso de agua.

  • Portland incorporó techos verdes, pavimentos que permiten el paso del agua y jardines de lluvia como parte de su estrategia urbana.

Estas ciudades adoptan enfoques integrales, que mezclan infraestructura verde con ingeniería para manejar el agua de forma más inteligente y segura, diseñando el entorno para retener, filtrar y evacuar el agua de forma controlada.

No se trata sólo de obras hidráulicas, sino de repensar el espacio urbano en su conjunto: calles, parques, techos y veredas se transforman en herramientas de gestión hídrica. Al incorporar soluciones basadas en la naturaleza, no solo se reduce el riesgo de inundaciones, sino que también se mejora la calidad del aire, se bajan las temperaturas urbanas y se generan espacios públicos más habitables.

¿Qué puede hacer la Argentina?

Si queremos ciudades más resilientes frente al riesgo hidrometeorológico, hace falta una estrategia técnica y socialmente integrada. Algunas propuestas podrían ser:

  1. Ordenamiento territorial

    • Estudiar el comportamiento del agua en cada zona y evitar construir en áreas propensas a inundaciones, como por ejemplo humedales.

  2. Infraestructura verde en el espacio público

    • Diseñar parques y plazas que puedan absorber agua.

    • Fomentar el uso de techos verdes y jardines de lluvia en casas, escuelas y edificios públicos.

    • Cambiar veredas y estacionamientos de cemento por materiales permeables y absorbentes

  3. Mantenimiento del sistema pluvial

    • Limpiar regularmente sumideros y desagües.

    • Modernizar y ampliar redes de drenaje donde más se necesite.

  4. Normas claras e incentivos

    • Establecer normativas que obliguen a gestionar el agua de lluvia en los proyectos urbanos.

    • Crear incentivos económicos para el uso de infraestructura verde.

Cuando el agua no encuentra caminos diseñados para contenerla, inunda todo. Por eso, repensar el diseño de las ciudades desde una perspectiva que considere el agua como actor de la planificación urbana no es solo una cuestión técnica: es económica, ética y social.

Prepararse para la tormenta

Ante la creciente frecuencia de lluvias intensas, sequías y otros fenómenos extremos relacionados con el clima, se vuelve indispensable un esfuerzo conjunto entre gobiernos, empresas y ciudadanía. Hoy más que nunca, las ciudades necesitan replantearse su relación con el agua y ponerla en el centro de su planeación. Hacerlo no solo ayuda a prevenir desastres, también abre la posibilidad de construir un entorno más justo, sostenible y capaz de adaptarse a los cambios que ya estamos viviendo. No es tarea sencilla: requiere decisión política, recursos y educación. Pero también es una oportunidad para reconectar con nuestro entorno y crear espacios urbanos que cuiden la vida y mejoren el día a día de quienes los habitan.