“La calle” ya no es solo de asfalto: redes sociales, política y juventudes
La política ya no se juega solo en la calle ni en los medios tradicionales. En el nuevo ecosistema digital, los hilos de X, los edits virales y las historias de Instagram se han vuelto formas legítimas de militancia. Este análisis traza el desplazamiento del espacio público hacia territorios digitales, donde la lógica del algoritmo reemplaza a la del comité, y la eficacia simbólica depende más del tono y el timing que del discurso programático. Una reflexión sobre cómo las juventudes están rehaciendo la política —aunque no siempre se las reconozca por ello.
IA, INNOVACIÓN Y TECNOLOGÍADESTACADOSACTUALIDAD Y POLÍTICA


Algo no está donde solía. La política, esa palabra pesada, institucional, con trajes y escenarios previsibles ya no se expresa de la misma manera. Hoy puede ser un meme, un comentario irónico en una historia de Instagram, un hilo de X o un video que dura menos de un minuto.
Las redes sociales no son solo un nuevo canal de este desplazamiento, y las juventudes no son simplemente “usuarios”. Lo que está en juego es otra forma de construir sentido político, desde otros lugares, con otros códigos y cuerpos. Y aunque a veces parezca desordenado o superficial, en realidad hay algo mucho más profundo en ese movimiento.
De la transmisión al algoritmo: otro mapa de circulación política
Durante años, la comunicación política era pesada en función de partidos que emiten discursos y medios de comunicación que los transmiten. La ciudadanía era, en general, una audiencia que recibía e interpretaba estos mensajes, pero sin intervenir demasiado en su producción.
Hoy esa lógica se desarma. Las redes no solo permiten que cualquiera publique, sino que cambian el modo en que los mensajes circulan. Lo que se ve depende del algoritmo, de la interacción, del diseño de las plataformas y de decisiones individuales que producen efectos colectivos. La viralización no responde a jerarquías políticas, sino a estructuras técnicas combinadas con afectos, humores y climas sociales.
La política se convierte así en un fenómeno disperso. No hay un solo centro emisor. Hay miles posibles, a veces sin rostro ni estructura. Desde ahí, la militancia también se transforma. Ya no es solo volantear en una esquina o marchar con una bandera: puede ser hacer un edit con una canción popular que cruce la estética del entretenimiento con una crítica económica. Puede ser tomar una frase de un funcionario y re-contextualizarla con sarcasmo. Puede ser una historia que desaparece en 24 horas, pero: ¿deja huella en quién la ve?
La política infiltrada: ¿La buscamos o nos encuentra?
En este nuevo escenario también cambian los actores. Ya no son solo partidos, movimientos o medios los que moldean el discurso público. Aparecen influencers que, sin militar formalmente, tienen una llegada masiva al electorado. Cuentas anónimas que publican datos o análisis con impacto. Usuarios comunes que, sin buscarlo, se vuelven referentes de un tema por la forma en que lo comunican.
Esto no significa que desaparezcan los espacios tradicionales. Pero sí que pierden centralidad en algunos segmentos, especialmente entre los jóvenes. Quienes no se ven reflejados en los discursos políticos clásicos encuentran otras voces, otras estéticas, otros ritmos, que reivindican sus ideales y se vuelven frecuentes en sus algoritmos. A veces la política se filtra en el entretenimiento. Otras veces el entretenimiento se vuelve político sin ser explícito.
Este fenómeno desafía la idea de que hay una ciudadanía que se “informa” de manera deliberada. Gran parte del contacto con la política ocurre en momentos donde el objetivo era otro: ver un video gracioso, seguir una tendencia, distraerse. Pero incluso ahí, lo político se filtra. No es un dato menor: eso transforma las formas de percibir y pensar lo público.
Del meme a la calle (y viceversa)
Ahora bien, ¿qué pasa con el territorio? ¿Quedó obsoleto en esta nueva lógica digital? ¿Las redes reemplazaron la calle?No exactamente. Lo que ocurre es un cambio de jerarquía. La calle sigue siendo importante, pero ya no funciona sola. Los reclamos necesitan circular también en lo digital. Una marcha, por más masiva que sea, si no tiene reflejo en redes, pierde impacto. Y al mismo tiempo, una campaña digital sin anclaje en algún tipo de realidad física, corre el riesgo de volverse efímera, de no pisar nunca el suelo.
Hay una doble dimensión: la territorialidad como experiencia concreta, física, emocional; y la visibilidad digital como modo de validación, de expansión, de archivo. El gesto político hoy no se completa solo con estar en la calle: necesita ser contado, mostrado, interpretado, compartido. Y eso no es menos político. Es parte de cómo se construye el consenso o la disidencia.
Las juventudes lo entienden. No lo piensan necesariamente en esos términos, pero lo hacen. Participan de marchas, sí, pero también militan desde sus dispositivos. No se oponen. Se complementan. Y muchas veces, la potencia aparece justo en esa intersección.
Lenguajes nuevos para un mundo viejo
Hay algo más profundo todavía: los lenguajes con los que se comunica la política ya no son los mismos. Y eso no es solo una cuestión estética. Es una cuestión de eficacia simbólica. Quien no logra traducirse a los códigos actuales, queda afuera de la conversación.
No se trata de “hablar joven”. Se trata de entender que hoy la comunicación política es fragmentaria, irónica, performática, emocional. No por superficial, sino porque así es el ecosistema donde circula. Las reglas de juego no las escriben solamente los partidos. Las escriben también los usuarios, los formatos, los tiempos. El discurso político no es solo lo que se dice, sino cómo, dónde, con qué tono y con qué cuerpo.
Frente a eso, muchos espacios tradicionales no logran adaptarse. Siguen insistiendo en formatos largos, rígidos, institucionales. Como si no hubiera cambiado nada. Pero todo cambió. No se trata de abandonar la profundidad o la estructura, sino de encontrar nuevas formas de hacerlas dialogar con la sensibilidad contemporánea.
Esto no quiere decir que todo valga. Hay problemas reales con la política digital: manipulación, desinformación, polarización afectiva. Pero tampoco se puede subestimar su potencial. Las redes son un espacio de disputa simbólica real. Y si se las ignora, se entrega ese espacio a quienes sí saben operar ahí.