La cooperación internacional en un mundo geopolíticamente fragmentado

La cooperación internacional atraviesa una etapa de fragmentación geopolítica, donde la rivalidad entre potencias relega la gobernanza multilateral y debilita los organismos globales. En este contexto, Rosario García Roko analiza cómo la competencia estratégica, la crisis del liderazgo estadounidense y el ascenso de China están reconfigurando el sistema internacional. Su artículo propone alternativas posibles desde actores no estatales y enfoques descentralizados, en un mundo que necesita menos retórica y más soluciones compartidas.

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6/19/20254 min read

A comienzos de este año, el Foro Económico Mundial presentó el informe Barómetro de Cooperación Mundial 2025. Allí se advierte sobre la coyuntura crítica que atraviesa la cooperación internacional. El documento señala un marcado deterioro en los mecanismos de coordinación global, provocado por una combinación de factores interrelacionados. Entre los principales factores que catalizan esta situación se destacan el aumento de las tensiones geopolíticas entre Estados, el agravamiento de las crisis humanitarias y la erosión del orden de paz internacional. ¿Qué dinámicas han conducido a este escenario de fractura en la arquitectura global de cooperación?

En las últimas décadas, la cooperación internacional fue concebida como una gran mesa de diálogo. Este ideal se apoyaba en un orden cooperativo relativamente estable, consolidado tras el fin de la Guerra Fría, que promovió la gobernanza multilateral como vía para gestionar las crisis. Instituciones como la ONU, la OMC, el G20, el G7, entre muchos otros, adquirieron protagonismo, actuando como foros o espacios de coordinación entre Estados, bajo la premisa de que los problemas globales requieren soluciones compartidas. Sin embargo, ese orden ha comenzado a desdibujarse. En la actualidad algunos actores se muestran cada vez menos dispuestos a participar en la mesa de diálogo, otros condicionan su presencia, y no faltan quienes directamente han optado por dejar de asistir.

La invasión de Ucrania por parte de Rusia en 2022 fue la gota que rebalsó el vaso y marcó con fuerza el pasaje hacia una nueva etapa del sistema internacional. Aunque las tensiones venían en aumento desde hace años, la guerra en Europa reinauguró un nuevo ciclo del uso de la fuerza en las relaciones internacionales. Esto generó una erosión significativa de las normas e instituciones que sostenían la cooperación global.

Desde entonces, la geopolítica ha virado decisivamente de la cooperación hacia la competencia y enfrentamiento, sin escalas intermedias. La lógica colaborativa que había prevalecido —aunque con fricciones— fue sustituida por una dinámica de rivalidad abierta entre potencias, que priorizan el poder y el posicionamiento estratégico por sobre la gobernanza compartida. Inclusive, temas urgentes como el cambio climático, la regulación de la inteligencia artificial o las pandemias —que alguna vez fueron modelos de cooperación— hoy corren el riesgo de convertirse en frentes de batalla. En este contexto, la promesa de “una década de acción” proclamada por Naciones Unidas frente a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se diluye cada vez más, dando lugar a “una década de incertidumbre y fragilidad”.

En paralelo, el progresivo debilitamiento de la autoridad y la capacidad de acción de los organismos internacionales representa otra manifestación de las consecuencias de esta reconfiguración del orden global. La parálisis del Consejo de Seguridad —y, en términos más amplios, del sistema de Naciones Unidas— frente a conflictos clave como la guerra entre Rusia y Ucrania o la crisis entre Israel y Palestina, expone con nitidez los límites del multilateralismo contemporáneo, especialmente cuando entran en juego los intereses de las grandes potencias.

No obstante, este desgaste institucional no puede atribuirse únicamente al aumento de la polarización. También responde a una progresiva pérdida de compromiso por parte de Estados Unidos, que históricamente ha actuado como garante del sistema de cooperación internacional. El repliegue relativo de Washington, evidente desde los inicios del segundo mandato del republicano Donald Trump —especialmente a través de su retórica aislacionista y los recortes en el financiamiento de organismos multilaterales—, ha contribuido a una creciente inestabilidad.

Este espacio de liderazgo vacante ha sido interpretado por numerosos analistas como una oportunidad estratégica sin precedentes para China, que busca ampliar su influencia en la arquitectura internacional. La presencia creciente de funcionarios chinos en puestos clave dentro de agencias de la ONU refleja la intención de Pekín de proyectarse como un 'defensor' del multilateralismo, aunque desde una perspectiva que cuestiona los valores liberales que tradicionalmente lo han sustentado. Este avance no obedece únicamente a razones económicas o diplomáticas, sino que responde a un cálculo geopolítico más amplio: ofrecer al mundo una visión alternativa de orden global. Este enfoque ha sido especialmente bien recibido en regiones históricamente subordinadas, como África o América Latina. Para muchos países del Sur Global, los modelos de cooperación impulsados por China y los BRICS resultan atractivos por su énfasis en la horizontalidad, el supuesto respeto por los contextos locales y la menor intromisión en asuntos internos.

Ahora bien, el desafío central que plantea este panorama es cómo sostener los principios fundacionales de la cooperación internacional —la solidaridad, la equidad, la corresponsabilidad— en un sistema cada vez más marcado por la fragmentación, la competencia y la desconfianza. Las tensiones geopolíticas erosionan la confianza mutua, debilitan las instituciones multilaterales y dificultan la coordinación global frente a desafíos comunes que no respetan fronteras. Por este motivo, repensar la cooperación internacional hoy implica indagar en si es posible construir vínculos en un mundo cada vez más polarizado y donde se debe brindar respuestas urgentes a problemas comunes.

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿puede la cooperación ser un espacio de encuentro en lugar de un campo de disputa? ¿Es posible promover un multilateralismo inclusivo que reconozca la diversidad de actores y visiones sin imponer modelos únicos de desarrollo ni replicar lógicas de dominación?. Una respuesta posible pasa por fortalecer el papel de los actores no estatales y de la cooperación descentralizada. Las redes de ciudades, las organizaciones de la sociedad civil, las universidades y el sector privado pueden jugar un rol clave en la construcción de relaciones más flexibles, innovadoras y menos sujetas a las lógicas geopolíticas tradicionales. Asimismo, avanzar hacia una arquitectura de gobernanza global más democrática y representativa —donde el Sur Global tenga mayor voz y capacidad de incidencia— es fundamental para restaurar la legitimidad del sistema.

En lugar de resignarse al uso instrumental de la cooperación, el desafío es volver a imaginarla como una herramienta para la justicia global y la construcción de un futuro sostenible. En un mundo fragmentado, sostener espacios de encuentro, diálogo y responsabilidad compartida no solo es deseable: es urgente.