La crisis de productividad en América Latina

La baja productividad en América Latina frena el desarrollo de la región y profundiza la desigualdad. Los oligopolios, la desindustrialización y el gran sector informal que posee el continente son algunas de sus principales causas. ¿Cómo revertir esta tendencia cuando su productividad es ampliamente inferior a la de otras economías en desarrollo? Para romper con el patrón de las "décadas perdidas", se necesita más que reformas laborales y flexibilización: la solución debe pasar por una estrategia integral de estabilidad institucional, macroeconómica e inversión en capital humano y tecnología.

DESTACADOSECONOMÍA E INDUSTRIA

Mara Guiducci Galvagna

10/15/20253 min read

La baja productividad en América Latina representa uno de los principales obstáculos para el desarrollo sostenible del continente, dado que el estancamiento debilita el crecimiento económico y profundiza la desigualdad existente. Entre 2010 y 2020, América Latina fue la región con el crecimiento económico más lento del mundo. Entre las causas de la baja productividad se incluye la infraestructura deficiente, la volatilidad macroeconómica, la informalidad laboral, y la escasa inversión en tecnología y formación, lo que limita la competitividad y la generación de empleos de calidad.

La diferencia con las economías avanzadas es clara. La productividad laboral en Estados Unidos fue cuatro veces superior a la de América Latina y el Caribe en 2023. Esta disparidad es casi el doble de la observada en 1950. Paralelamente, la productividad laboral promedio de países latinoamericanos como Chile, Costa Rica, México y Colombia representa solo el 41% del promedio de los países de la OCDE.

Los problemas de fondo

La volatilidad macroeconómica histórica de la región es un obstáculo directo para la inversión productiva y el crecimiento. Los ciclos recurrentes de inflación, deuda y crisis financieras crean un ambiente de incertidumbre que dificulta pensar en el largo plazo. La combinación de la inestabilidad económica con la debilidad institucional característica de América Latina aumenta la desigualdad y genera la eterna sensación de “décadas perdidas”.

Ahora bien, ¿a qué se debe la baja productividad? Podemos identificar tres causas principales. La primera refiere a los numerosos oligopolios que existen en la región, especialmente en sectores de telecomunicación, banca, farmacéutica, alimentos. Las grandes empresas dominan el mercado y restringen la competencia, concentrando el poder económico y generando una subordinación de los mercados locales a los globalizados.

La segunda causa tiene que ver con la fuerte desindustrialización que sufrió América Latina durante los gobiernos militares de la segunda mitad del siglo XX. El proceso de apertura económica y consecuente desindustrialización generó un cambio en la estructura productiva: muchos obreros, ahora desempleados, no pudieron volver a insertarse exitosamente en el mercado formal. Este proceso afectó principalmente a las ciudades más grandes, ya que a medida que el empleo se contrajo, aumentó el sector de servicios menos dinámicos y comercializables, y ello tuvo consecuencias negativas en la productividad.

En tercer lugar, y en sintonía con el punto anterior, hay un gran sector de la economía que es informal. Por ejemplo, en Brasil y en Perú más de la mitad de la población activa tiene un trabajo informal. En Argentina, el 43% de los trabajadores se encuentran en “negro”. Esto significa que alrededor de 4 de cada 10 personas se desempeñan en empleos que no cuentan con el respaldo de la legislación laboral, impositiva o de seguridad social. No solo los trabajadores están desprotegidos, sino que los Estados recaudan menos. La debilidad institucional hace que sea sencillo para los cuentapropistas, comercios y pequeñas empresas evadir impuestos. Como es caro poner en blanco a los empleados, muchas pymes se mantienen pequeñas y no escalan su producción.

El impacto socioeconómico

La baja productividad durante periodos prolongados tiene fuertes repercusiones sociales y económicas, y genera las ya mencionadas “décadas perdidas”. El principal efecto es el estancamiento, que impide una mejora real en los niveles de vida de las personas. Los países de la región pierden competitividad frente a otras economías emergentes de Asia o África, lo que se traduce en una menor participación en el comercio global.

Para superar este estancamiento, es necesario avanzar más allá de soluciones de corto plazo o unilaterales. Las nuevas derechas latinoamericanas traen a colación debates sobre flexibilización y reforma laboral como respuesta a la informalidad, pero estas medidas por sí solas son insuficiente para generar un salto productivo. Es fundamental que cualquier reforma tenga de fondo una mayor institucionalización y estabilidad macroeconómica. No hay una receta mágica o una solución simple para abordar estas problemáticas, pero la respuesta debe ser de largo plazo. Es clave fortalecer la inversión en tecnología y capital humano, facilitando el acceso a formación de calidad que permita a los trabajadores insertarse en sectores más dinámicos y productivos. Solo así América Latina podrá romper con el patrón de las décadas perdidas y construir una base productiva más justa y eficiente.