La escuela y la trampa de la exclusión

La relación entre la escuela y el trabajo atraviesa una profunda contradicción como resultado de nuevas expresiones de la desigualdad social. La escuela cumple una función inclusiva en el marco de una sociedad de exclusión, revelando tensiones sobre su alcance y sentido. ¿Cuál es el rol de la institución educativa en el escenario actual y cuál es el que deben asumir las políticas de gestión educativa?

EDUCACIÓN Y SALUDDESTACADOS

Gastón Gómez

8/4/20254 min read

Durante las últimas décadas, la fragmentación e inequidad social en América Latina se desarrolló en paralelo a las conquistas alcanzadas en el ámbito educativo. El incremento de la cobertura educativa y su universalización son hitos en la ampliación del derecho a la educación. Estos se constituyen como un motor de inclusión social en un proceso de largo alcance de formación de ciudadanía.

Los propósitos y las crecientes exigencias en la gestión educativa son evaluados a la par de las problemáticas estructurales actuales. La función de la escuela se vuelve una arena de disputa dentro de las prioridades de la sociedad. Mientras algunos reivindican la formación socializadora de la educación, otros buscan reducirla a una reproducción de las demandas del mercado laboral.

Por un lado, se encuentra una voluntad transformadora de la sociedad por medio de la democratización del conocimiento y la formación crítica. Por otro, su relegamiento a una función residual, destinada a la contención de los sectores sociales más desprotegidos y ocupando el lugar de otras entidades estatales.

El colapso entre la escuela y el trabajo

En una investigación de Kessler, se señala que la educación es concebida como un espacio de expansión de derechos para los jóvenes, mientras que el trabajo implica vulnerabilidades y ausencia de ciudadanía. A partir de la creciente desarticulación entre las trayectorias escolares y las oportunidades laborales efectivas, las fronteras entre la escuela y el trabajo se tornan difusas.

Esta relación también se resignificó al interior del aula a partir de nuevas herramientas de formación, como las pasantías en la educación secundaria. Facilitan un cierto grado de inserción en el mercado laboral, a cambio de consolidar un modelo educativo subordinado a la lógica del mercado, la competencia y el rendimiento. Esta gestión de políticas educativas reproduce formas de incertidumbre y vulnerabilidad al interior del aula, empobreciendo su sentido formativo y restándole gravitación política.

Las repetidas crisis económicas y la falta de inversión en todos los niveles educativos vuelven al aprendizaje un proyecto cada vez más complejo. Como indican algunos estudios, finalizar la escuela secundaria o incluso obtener un título terciario o universitario ya no garantiza el acceso a un empleo formal ni a condiciones de vida estables. Para muchos sectores sociales, la educación dejó de ser una garantía de inclusión y un horizonte de movilidad social ascendente.

En este sentido, la escuela se convierte en una trampa de la exclusión: un ciclo que mantiene a los sujetos dentro de los marcos formales de integración, pero que no ofrece las condiciones reales que garantizan una inclusión efectiva de todos los sectores de la sociedad. Lejos de ser una vía hacia el ascenso social y la capitalización de futuros profesionales, esta lógica instrumental administra la desigualdad bajo una apariencia de equidad.

La devaluación académica

En las últimas décadas, el empleo se caracterizó por una creciente precarización que afecta a sectores cada vez más amplios de la población. En paralelo, la sofisticación de las herramientas de gestión del capital humano redefinió los perfiles requeridos por el mercado, dejando a muchos jóvenes sin las herramientas necesarias para responder a estos nuevos estándares. El tránsito de la escuela al trabajo es hoy en día inestable e inequitativo, en un contexto donde la idea de que el mérito educativo garantiza una inserción laboral satisfactoria ya no se sostiene en la realidad.

En el nivel superior, un agravante de la desconexión entre las trayectorias escolares y las oportunidades laborales efectivas se encuentra en la devaluación relativa de los títulos universitarios. Su percepción social se encuentra desvalorizada a la hora de salir a buscar trabajo, como resultado de una masificación en el acceso a la educación superior y un proceso de “inflación” académica.

Los jóvenes confían en el valor de los títulos como una vía de progreso e inserción laboral. En la medida en que estas credenciales pierden su capacidad de distinción, esta apuesta refuerza un ciclo que no mejora su posición, sino que la mantiene. Así, terminan sosteniendo un modelo que no garantiza movilidad e integración, sino que refuerza su lugar en la jerarquía social. La educación opera como una promesa de transformación que, al no cumplirse, profundiza la exclusión.

¿Qué escuela queremos?

Frente al escenario actual de fragmentación social y precarización laboral, la escuela se encuentra en una encrucijada. Puede adoptar un rol subordinado, como instrumento afín al desarrollo de una sociedad de exclusión, o bien asumir su función socializadora, formando ciudadanos críticos y comprometidos. La inclusión genuina debe medirse por la capacidad del sistema educativo de garantizar procesos de aprendizaje significativos y la consideración de la escuela como una herramienta para proyectar un futuro mejor.

Es necesario repensar el vínculo entre la educación y el empleo desde una perspectiva integral, considerando en el aula los efectos del tránsito de uno a otro sin reducir la instancia de formación al mero desarrollo de competencias útiles al mercado. Se requiere una gestión de políticas públicas activa, capaz de garantizar trayectorias escolares sostenidas que no limiten la etapa formativa al ingreso al mercado laboral, sino que también contribuyan a una inclusión real.