La herencia colonial en la coparticipación federal de impuestos
El sistema de coparticipación federal argentino encuentra sus raíces en una tradición colonial que, lejos de ser puramente extractiva, operaba a través de complejas redes de redistribución fiscal y préstamos interterritoriales. Este legado histórico, nacido de las prioridades políticas del Imperio Español, sigue resonando en la configuración económica actual del país, donde las paradojas de ayer continúan influyendo en las instituciones de hoy.
INSTITUCIONES Y GOBIERNODESTACADOS


Acemoglu y Robinson han impartido una lección fundamental para las ciencias sociales y las humanidades: “la historia importa”. Aunque esto pueda parecer una obviedad, es en realidad una verdad muy profunda, ya que demuestra que la manera en que las instituciones (las reglas explícitas e implícitas que organizan una sociedad) se configuraron en el pasado sigue influyendo en cómo estas funcionan hoy y, por lo tanto, en el tipo de sistema económico que en que nos vemos inmersos.
Las raíces coloniales del esquema de la coparticipación en Argentina
Las raíces del sistema de coparticipación federal de impuestos en Argentina se remontan mucho más atrás de lo que comúnmente se cree. Durante más de cuatro siglos, cuando América Latina estuvo dividida en Virreinatos bajo el dominio de la Corona Española, existió un curioso sistema de redistribución de ingresos que contribuía al mantenimiento del Imperio.
Contrariamente a lo que se suele asumir, la administración colonial española no era tan extractiva como en otros casos, tales como el británico a través de la East India Company. Además, la Corona permitía un considerable nivel de autonomía política y fiscal a las distintas cajas en los Virreinatos que, para finales del siglo XVIII, sumaban más de cien. Se estima que, en promedio, durante los siglos XVII y XVIII, el imperio español transfería entre el 4% y el 10% de la recaudación impositiva colonial a Madrid. Esto significa que una parte sustancial de los ingresos fiscales permanecía en el territorio americano, lo que plantea dudas sobre si la economía peninsular se benefició realmente de su extensión atlántica.
Entonces, ¿qué sucedía con el resto de la recaudación fiscal? La historiadora económica Regina Grafe, de la Universidad de Cambridge, demostró que, además de que gran parte se gastaba en el territorio (gastos militares, mantenimiento de la administración y otros fines más esquivos, léase corruptos), otra gran parte era prestada. Estos préstamos se denominaban “situados” y podrían representar hasta el 40% de los ingresos de una caja. Es decir, aproximadamente el 40% de los ingresos que tenía una caja eran utilizados como exportación de capital por la que se cobraba una tasa de interés, habitualmente baja.
Existía entonces, gracias a las más de 100 cajas fiscales para fines del siglo XVIII, un muy desarrollado sistema financiero público. Las cajas que lograban superávits, como la caja de Potosí (donde se ubica el famoso “cerro rico”), prestaban su excedente a otras cajas que podrían tener necesidades transitorias, como Lima durante la rebelión de Tupac Amaru (1780-1783), o estructurales, como el puerto de La Habana o Buenos Aires. Subsidiar lugares remotos del imperio tenía un sentido político, no económico, para el Imperio de Castilla y León.
La paradójica situación de Buenos Aires
Buenos Aires fue históricamente subsidiada; no logró ser autosustentable hasta muy entrado el período republicano. Esto resulta más que paradójico, considerando que el sistema de coparticipación que Argentina luego configuraría para su propia república implicó, gracias al rápido éxito de Buenos Aires como puerto internacional, una redistribución de recursos desde Buenos Aires al resto del país. Es también interesante considerar que, si comparamos la performance relativa de las diferentes cajas del sistema colonial español, para fines del siglo XIX Buenos Aires era, sin lugar a dudas, la más rica y exitosa.
Por todo esto, podríamos afirmar que no es casualidad que nuestro sistema federal cuente con un mecanismo de redistribución de recursos tan potente. De hecho, en cierto grado, esta es una institución que ha existido en el territorio durante más de 500 años, con múltiples interrupciones y cambios de jerarquía, pero igualmente muy longeva. Lo más curioso es pensar que el actual mayor benefactor del sistema solía ser uno de sus mayores beneficiarios.