La OEA en crisis: ¿final de ciclo o punto de inflexión?
La Organización de los Estados Americanos (OEA) atraviesa una crisis de legitimidad que pone en duda su papel como espacio de mediación y concertación regional. Las tensiones estructurales, políticas y de liderazgo han debilitado su capacidad de respuesta, como evidencian las recientes crisis en Bolivia, Perú, Guatemala y Haití. La pérdida de neutralidad y la fragmentación del continente exponen los límites de la organización y abren el debate sobre su futuro. ¿Está la OEA en condiciones de reformarse y recuperar incidencia, o corre el riesgo de quedar al margen del escenario hemisférico?
DESTACADOSPOLÍTICA INTERNACIONALINSTITUCIONES Y GOBIERNO


Desde su fundación en 1948, la Organización de los Estados Americanos (OEA) ha buscado posicionarse como el principal foro multilateral del continente. Su objetivo ha sido promover la democracia, los derechos humanos y la cooperación regional. Sin embargo, en los últimos años, su legitimidad ha sido fuertemente cuestionada por gobiernos, analistas y organizaciones de la sociedad civil.
Estas críticas no son nuevas. Sin embargo, han adquirido mayor profundidad debido al deterioro institucional regional y la limitada capacidad de respuesta de la OEA. El debate sobre su utilidad y futuro se ha intensificado.
Intereses cruzados y pérdida de cohesión
Uno de los principales problemas que enfrenta la OEA es su percepción como un instrumento de la política exterior estadounidense. Aunque formalmente opera como un organismo multilateral, diversos analistas señalan que su fuerte dependencia financiera de Estados Unidos condiciona su margen de autonomía. Esta idea se vio reforzada durante la gestión del ex Secretario General Luis Almagro, iniciada en 2015, cuyas declaraciones y decisiones públicas fueron interpretadas, en varios casos, como alineadas con los intereses de Washington.
Esta creencia se vio fortalecida tras la crisis post-electoral en Bolivia en 2019, cuando la OEA cuestionó rápidamente la transparencia del proceso electoral. Esto precipitó la salida del presidente Evo Morales. El posterior informe técnico del organismo fue duramente criticado por inconsistencias. La intervención fue señalada por algunos sectores como una forma de injerencia política en los asuntos internos del país, lo que alimentó aún más las sospechas sobre la imparcialidad del organismo.
Otro desafío que se presenta a la Organización es la fragmentación ideológica y la pérdida de cohesión interna entre sus Estados miembros. En los últimos años, la región ha experimentado cambios de signo político constantes, lo que ha dificultado la construcción de consensos duraderos. En 2022, la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela de la Cumbre de las Américas por no cumplir con la cláusula democrática generó una fuerte reacción regional. Varios países consideraron la decisión como unilateral y arbitraria. Esto no sólo debilitó el evento, sino que volvió a evidenciar la dificultad de la OEA para funcionar como un espacio realmente representativo y plural.
Controversias en la conducción del organismo
El rol del Secretario General también ha sido motivo de controversias. Por ejemplo, el estilo de liderazgo de Luis Almagro fue señalado por abandonar la neutralidad institucional. Sus intervenciones en casos como Nicaragua y Venezuela tensaron las relaciones con varios gobiernos de la Organización. Para algunos, estos casos representaron una defensa firme de la democracia. Para otros, fueron actos de intromisión selectiva e ideologizada. Esto contribuyó a la polarización y debilitó la capacidad de la OEA para actuar como mediador confiable.
El segundo mandato de Almagro finalizó en 2025, tras diez años en el cargo. En su lugar, asumió como Secretario General Albert Ramdin. Su perfil se presenta más moderado y conciliador. Por eso, se espera que su figura contribuya a recomponer la legitimidad institucional y reconstruir el consenso regional. Aun así, hereda una organización con bajo prestigio y una fuerte polarización interna.
Presencia en crisis, impacto limitado
En los últimos años, el organismo participó en varias crisis institucionales. En Perú, tras la destitución de Pedro Castillo en 2022, o el intento de frenar la asunción del presidente Bernardo Arévalo en Guatemala en 2023, la OEA intervino con misiones de observación o llamados al diálogo. No obstante, sus acciones fueron percibidas como tardías o insuficientes, y con escaso impacto real en la resolución de los conflictos.
Lo mismo ocurrió en Haití, donde la escalada de violencia en 2024 generó nuevos llamados al diálogo. La OEA expresó su preocupación y apoyó una misión internacional liderada por la ONU. Sin embargo, su rol fue más simbólico que efectivo.
Frente a este escenario, varios países han optado por canalizar sus demandas a través de otras instancias regionales. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) ha ganado protagonismo como espacio de coordinación sin la presencia de Estados Unidos. Aunque su estructura institucional es más débil, algunos gobiernos la consideran más representativa y menos condicionada políticamente. El crecimiento de estos mecanismos paralelos revela la pérdida de centralidad de la OEA como plataforma de consenso regional.
¿Reformarse o quedar al margen?
Si bien la OEA ha sido objeto de múltiples críticas, su reemplazo por otro organismo no parece una alternativa viable en el corto plazo. A pesar de sus limitaciones, sigue siendo el único foro interamericano con capacidad jurídica, operativa y normativa para intervenir ante crisis políticas en la región. No obstante, su relevancia futura dependerá de su capacidad para reformarse y adaptarse a un escenario hemisférico cada vez más complejo e inestable. En última instancia, lo que está en juego no es solo su continuidad, sino también su legitimidad como actor multilateral.
La llegada de Albert Ramdin abre una ventana de oportunidad. Su desafío será liderar una reforma que no solo sea estructural, sino también simbólica. Para recuperar legitimidad, la OEA necesita actuar con mayor imparcialidad, transparencia y autonomía. Y debe volver a ser un espacio de diálogo real, incluso entre gobiernos enfrentados ideológicamente, reconstruyendo la confianza de sus Estados miembros. Sin ese giro, la organización corre el riesgo de convertirse en un actor cada vez más marginal.
La pregunta que enfrenta hoy el continente no es si debe existir un organismo como la OEA, sino si la OEA puede convertirse en aquello que dice representar. Su futuro dependerá menos de sus declaraciones y más de su capacidad para intervenir con eficacia y credibilidad en los momentos clave. Si no logra adaptarse, otros espacios ocupan su lugar. Pero si asume el desafío, aún puede redefinir su papel y recuperar su peso político en América Latina.