La paradoja de la cooperación Internacional al desarrollo en África Subsahariana: abundancia de “ayuda”, escasez de progreso.

África subsahariana concentra una paradoja incómoda: es uno de los principales destinos de la cooperación internacional, y al mismo tiempo, la región con los peores indicadores de desarrollo humano. Lejos de ser una cuestión de recursos, el problema radica en las reglas del juego: condicionalidades, agendas impuestas y recetas ajenas han profundizado las relaciones de dependencia. Este análisis interpela el modelo tradicional de ayuda y plantea la urgencia de reconfigurar las estrategias globales, con foco en la autonomía y el protagonismo local.

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Rosarío García Roko

4/23/20253 min read

Desde hace siglos, exploradores, misioneros, militares, diplomáticos, cooperantes y personal humanitario acudieron al “socorro” de África. La triste constatación que hoy se puede hacer es que la enfermedad no se ha combatido exitosamente, por lo que cabe concluir que, o bien el diagnóstico no ha sido acertado, o la receta no ha sido la más adecuada. África subsahariana se ha convertido en la gran paradoja para el Sistema Internacional de Cooperación al Desarrollo, pese a que es una de las regiones que mayor asistencia y ayuda internacional al desarrollo recibe, sigue siendo la más pobre y con los mayores índices de vulnerabilidad en el mundo. Esto lleva a preguntarnos: ¿la cooperación internacional al desarrollo (AOD de aquí en adelante) en África, realmente tiene como fin la promoción de su desarrollo?.

La AOD ha estado históricamente condicionada por la importancia geoestratégica que las potencias mundiales le han atribuido al continente africano. Podemos encontrar sus raíces en la Conferencia de Berlín, cuando las potencias europeas dibujaron líneas verticales sobre el mapa para trazar fronteras artificiales sin tener en cuenta las realidades sociales, culturales y étnicas y, se repartieron el territorio en función de sus propios intereses económicos. A partir de 1960 comenzaron los procesos de descolonización, que dotaron de una falsa independencia a los Estados, ya que las estructuras de dependencia económica y la influencia política externa continuaron operando fuertemente. En este contexto, el colonialismo clásico dio paso al neocolonialismo que actúa sobre Estados formalmente soberanos mediante vías más sutiles de dominación, muchas veces bajo las prácticas de la cooperación internacional al desarrollo.

Uno de los mecanismos más representativos de esta lógica es la condicionalidad de la ayuda para el desarrollo. Mediante la misma, los donantes -ya sea países, organismos internacionales o agencias de cooperación- subordinan la entrega de ayuda y asistencia al cumplimiento de determinados requisitos por parte de los países receptores. En el caso africano, la condicionalidad adquirió una dimensión estructural a partir de la década de 1980, cuando, a cambio del acceso a recursos financieros, se exigió la implementación de Programas de Ajuste Estructural, sustentados en la premisa de que tras modificar determinadas variables económicas y políticas, los países podrían encaminarse hacia el desarrollo.

A pesar de que África Subsahariana ha sido, durante las últimas décadas, uno de los principales destinos de la AOD, por la combinación de factores internos y externos, se han demostrado serias limitaciones para alcanzar los objetivos de promover el progreso y el desarrollo sostenido, abordar las causas estructurales de la pobreza y las desigualdades. Inclusive, en muchos casos, lejos de mejorar la situación, las políticas externas han contribuido a agravar las condiciones económicas y sociales preexistentes. Esta ineficacia quedó en evidencia con el incumplimiento generalizado de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y, en la actualidad, persiste en la evolución poco alentadora de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, destacándose con especial preocupación la regresión en áreas clave como el cambio climático.

Si bien África se ha beneficiado de diversos proyectos de desarrollo social apoyados por la comunidad internacional, también ha sufrido el embate de políticas de desarrollo que han sido impuestas a través de distintas modalidades de cooperación que no solo omiten, sino que ignoran las particularidades de la idiosincrasia local. En este sentido, la AOD no siempre se ha promovido en función de la mejora de las condiciones de vida de los individuos, sino que también ha operado como una herramienta política y como una forma de injerencia externa en las decisiones soberanas de los Estados. Por lo tanto, lejos de promover el desarrollo autónomo y sostenible, ha contribuido a reforzar las relaciones de dependencia y subordinación, al alinear políticas con intereses estratégicos de los donantes, en lugar de los intereses y necesidades de las poblaciones receptoras.

La cuestión del desarrollo en África no es reciente, sino que ha sido una preocupación persistente a lo largo de las décadas. Sin embargo, los resultados hasta ahora obtenidos reflejan con crudeza las limitaciones de los modelos tradicionales de la AOD. La paradoja africana —abundancia de ayuda, escasez de progreso— evidencia la urgente necesidad de repensar profundamente las estrategias aplicadas. Es indispensable impulsar enfoques alternativos que reconozcan y respeten las realidades históricas, culturales y sociales de los países africanos, promoviendo un desarrollo verdaderamente autónomo, inclusivo y sostenible. Aún seguimos esperando el tan anunciado “despegue africano”; quizás ha llegado el momento de admitir que ese despegue solo será posible cuando África pase a ser sujeto y dueño de su propio destino.