Nuevas formas de militancia
Durante décadas, el compromiso político juvenil fue sinónimo de pertenencia partidaria, actos masivos y agrupaciones que encontraban su fuerza en la territorialidad. Hoy, ese paradigma parece resquebrajarse. Lejos de los comités, las unidades básicas o las reuniones sindicales, las juventudes se organizan de otra manera. A primera vista podría parecer apatía, pero no lo es: es una redefinición.
INSTITUCIONAL


Durante décadas, el compromiso político juvenil fue sinónimo de pertenencia partidaria, actos masivos y agrupaciones que encontraban su fuerza en la territorialidad. Hoy, ese paradigma parece resquebrajarse. Lejos de los comités, las unidades básicas o las reuniones sindicales, las juventudes se organizan de otra manera. A primera vista podría parecer apatía, pero no lo es: es una redefinición.
Las juventudes siguen participando, solo que ya no siempre lo hacen desde las estructuras clásicas. Las redes sociales se convirtieron en trincheras discursivas, los colectivos temáticos reemplazaron a los frentes, y la identidad política ya no necesita del carnet de afiliación. Se milita desde la virtualidad, se participa con una historia de Instagram, se construye sentido desde una campaña de change.org o un hilo de Twitter. Este cambio de escenario genera incomodidad en los espacios tradicionales, que oscilan entre la apropiación estratégica y la subestimación de este nuevo lenguaje.
A su vez, hay un agotamiento visible frente a una clase política que parece hablar otro idioma. No es casual que muchos jóvenes descreen del voto como herramienta de transformación o que, incluso, encuentren en el escepticismo una nueva forma de crítica. El desinterés no siempre es desinformación: a veces es hartazgo. La pregunta es si los partidos están dispuestos a reformularse para integrar esas nuevas formas de hacer política, o si seguirán viendo a las juventudes como “semilleros” sin voz real en las decisiones.
La política tradicional, con sus liturgias y jerarquías, muchas veces asfixia. El verticalismo no dialoga con una generación que demanda horizontalidad, escucha y flexibilidad. Mientras tanto, crecen los espacios híbridos donde se mezcla lo territorial con lo digital, lo formal con lo espontáneo. Tal vez el desafío no sea volver a enamorar a los jóvenes de la política, sino entender que esa política ya cambió, y ellos, hace rato, la están haciendo a su manera.
Nuevos lenguajes, causas y disputas simbólicas
La política entre jóvenes hoy no solo se dice de otra manera, también se hace en otras coordenadas. Los lenguajes cambian, mutan, se digitalizan. Pero ¿cuánto de eso representa una transformación real de la acción política? ¿Y cuánto es solo forma sin fondo, un juego de pertenencias, memes y slogans que agotan su potencia en la pantalla?
En el mapa actual, no hay una única juventud ni una única forma de militancia. Conviven expresiones disidentes, redes de activismo ambiental o feminista, influencers con discurso político, y también jóvenes que abrazan discursos conservadores, meritocráticos o directamente reaccionarios. La política no es patrimonio de la izquierda: en la era del algoritmo, el deseo de orden, de mano dura o de volver a una supuesta normalidad también convoca juventudes. El voto joven en Argentina ha acompañado tanto expresiones progresistas como proyectos libertarios, y eso obliga a dejar de romantizar a la juventud como sujeto revolucionario por naturaleza.
Las redes sociales, espacio privilegiado de expresión juvenil, funcionan como escenario de visibilidad, pero también de banalización. La viralidad puede darle impulso a una causa o reducirla a una tendencia pasajera. Muchas veces, el riesgo está en que el discurso político quede encapsulado en performances sin continuidad: una story, una consigna ingeniosa, un filtro con mensaje. El lenguaje se convierte en una marca, una identidad más que en una práctica sostenida.
Además, aunque se hable de horizontalidad y nuevas formas de organización, no todas las voces jóvenes tienen la misma llegada. Hay barreras materiales, geográficas y simbólicas: no es lo mismo militar desde un barrio sin conectividad que desde una universidad pública del centro porteño. No todos los lenguajes circulan con la misma legitimidad ni todas las causas encuentran eco.
Restan algunas preguntas: ¿hasta qué punto estas nuevas formas representan un quiebre en las lógicas de la política tradicional? ¿Y hasta qué punto son incorporadas por el sistema sin incomodar, recicladas como marketing o utilizadas estratégicamente sin ceder poder real?