¿Prosperidad o ilusión? El RIGI en el contexto del desarrollismo heterodoxo de los años 80
La política actual se ha propuesto alcanzar simultáneamente dos objetivos centrales. Primero, la asignación ‘eficiente’ de los recursos disponibles para aumentar la productividad de los factores productivos y el ingreso real. Segundo, frenar la inflación y estabilizar el nivel de precios.
ACTUALIDAD Y POLÍTICADESTACADOSECONOMÍA E INDUSTRIA


En 1978, Ferrer destacó dos objetivos principales para la política económica: primero, usar eficientemente los recursos para mejorar la productividad y aumentar los ingresos; segundo, controlar la inflación y estabilizar los precios. Sin embargo, intentar lograr ambos objetivos al mismo tiempo, mientras se promovía la inversión y se buscaban nuevos mercados para los productos industriales argentinos, era imposible. Esto sugiere que, además de lo que se declaraba oficialmente, había otras motivaciones más urgentes que no siempre se mencionaban abiertamente (Ferrer, 1987:151).
De forma similar a aquella propuesta eficientista, el discurso del RIGI (visto desde la oposición) puso en tela de juicio el problema de la extranjerización. Es decir, una propuesta que prioriza las ventajas comparativas estáticas, una aplicación ricardiana que no pretende el incremento de la productividad dentro de la estructura productiva existente sino transformar la estructura de acuerdo a tales, en base a las señales, o precios de referencia de precios, recibidas del exterior. El modelo depende de una asignación exógena. Al asegurar un tipo de cambio fijo los beneficios impositivos pudieron generar en aquel entonces gran volatilidad por el tipo de tales inversiones: es insuficiente una intensa centralización del capital, sin redefinir el perfil productivo o de inserción del país en el mercado mundial (Azpiazu & Schorr, 2011:14). Los incrementos en el stock de capital requieren de un BCRA fuerte para hacerles frente. Ferrer destacaba la importancia de la trazabilidad y la posibilidad de crear redes de productores nacionales como clave para cualquier proyecto de reestructuración económica a largo plazo, pues debía primero priorizarse la autonomía federal. Un esquema de centralización de los beneficios no podrá, sino por los intereses que guíen al comité encargado de filtrar sus proyectos (O’Donnell, 1975), garantizar que las inversiones se anclen allí donde más se necesitan. Las inversiones que se atraen entre sí pueden generar mayores desigualdades.
Esto último es de gran relevancia dado que sucede que, en contextos internacionales de creciente bipolarización, la determinación de proveedores de servicios repercute en la alineación. Allí que los beneficios que se ofrecen para hacer más atractivo, dada la necesidad de capital en el corto plazo, de priorizarla por una mejor integración de sectores nacionales o de ofrecer mayores beneficios que los necesarios. Porta & Blanco (2004) reconocen que, en un mundo globalizado, es difícil evitar totalmente la extranjerización (Alemann, 1961), y sugieren la necesidad de un marco regulatorio más equilibrado, que priorice inversiones estratégicas y desarrollo del empleo local. Las condiciones argentinas pueden no dejar otra solución (Diaz, 1990), pero no deja de ser paradójico que corroboren siempre el mismo futuro económico (Alemann et al., 1988).
No es sencillo decir si recuperar las críticas y propuestas de los grandes pensadores heterodoxos del desarrollo nos permitiría mejorar nuestras estrategias de captación de inversiones, pero sí quizá alertarnos de las consecuencias sociales de los nuevos 90s.