Trump frente a la cooperación internacional al desarrollo

La retirada de Estados Unidos de la cooperación internacional al desarrollo, consolidada bajo el segundo mandato de Trump, no solo implica un recorte presupuestario: desnuda la fragilidad de un sistema históricamente estructurado en torno al liderazgo norteamericano. La paralización de programas, el desmantelamiento de USAID y el vaciamiento de organismos multilaterales generan un efecto dominó en todo el Sur Global. En ese vacío, surgen preguntas inevitables: ¿podrán actores como China o los BRICS llenar el espacio dejado por Washington? ¿O asistimos al ocaso de un modelo que ya no encuentra quién lo sostenga?

POLÍTICA INTERNACIONALDESTACADOS

Rosario García Roko

5/21/20253 min read

Desde el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la cooperación internacional al desarrollo (CID) ha sufrido un giro profundo, con consecuencias que resuenan especialmente en el Sur Global. Durante este segundo mandato el republicano ha consolidado una política exterior claramente centrada en la supremacía del interés nacional, articulada bajo el eslogan “America First”. Esta consigna, más que una simple declaración retórica, representa una orientación ideológica que ha guiado la reconfiguración de las prioridades estratégicas del país. Bajo la perspectiva del gobierno, la CID es entonces interpretada como un gasto innecesario -calificado incluso como despilfarro”-.

Bajo esta perspectiva, los recursos destinados a la ayuda exterior son evaluados principalmente en términos de rentabilidad política inmediata para Washington. En este contexto, una de las medidas más contundentes fue anunciada por el Secretario de Estado, Marco Rubio, quien informó públicamente la cancelación del 83% de los programas de ayuda exterior y un recorte presupuestario que suman aproximadamente 60.000 millones de dólares. El desmantelamiento de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), el pilar fundamental de la asistencia humanitaria que operaba en aproximadamente 120 países, ha provocado un clima generalizado de incertidumbre e inestabilidad en el sector.

A raíz de ello, cientos de programas de América Latina, África y Asia han quedado paralizados. Las áreas más afectadas han sido la migración, la salud pública, la educación, el desarrollo económico, la gobernanza democrática y los derechos humanos. El efecto cascada de la retirada estadounidense ha alcanzado también a las organizaciones socias y al personal técnico encargado de la implementación de los programas. Se han registrado despidos masivos de profesionales especializados, la suspensión o cancelación de contratos vigentes y retrasos significativos en los pagos comprometidos a las agencias implementadoras. Asimismo, se produjo el cierre de numerosas organizaciones locales e internacionales que, sin los fondos de USAID, no pueden sostener sus estructuras operativas ni continuar con su trabajo en terreno. Este debilitamiento institucional implica la pérdida de capacidades acumuladas, la ruptura de redes de confianza, de trabajo colaborativo y de conocimiento local, esenciales para el desarrollo sostenible.

Este viraje en la política exterior también se ha reflejado en una retirada de Estados Unidos de diversos organismos multilaterales clave. La Administración Trump decidió, nuevamente, abandonar el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas; suspender su participación en la Organización Mundial de la Salud (OMS) y cesar el financiamiento a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA). Esta desvinculación no sólo implica una pérdida financiera significativa para estos organismos, sino también un debilitamiento del sistema multilateral.

Este escenario invita a una reflexión crítica sobre la profunda dependencia del Sistema Internacional de Cooperación al Desarrollo respecto a la potencia dominante. Durante décadas, la arquitectura de la ayuda internacional se ha construido en torno al protagonismo estadounidense que ha actuado no solo como principal donante global, sino también como el líder impulsor de la CID. Esta configuración ha expuesto con claridad las tensiones, fragilidades y vulnerabilidades del sistema: cada vez que Estados Unidos adopta una postura de repliegue, el conjunto de la estructura internacional de cooperación tambalea.

Si bien esta crisis representa un desafío enorme para la comunidad internacional en su conjunto, también puede interpretarse como una oportunidad estratégica. Cabe preguntarse si China y otros actores emergentes, como los países BRICS, lograrán capitalizar este momento para proyectar y consolidar su influencia, especialmente en aquellas regiones históricamente dependientes de la ayuda norteamericana. ¿Estamos ante el inicio de un nuevo paradigma en la cooperación internacional al desarrollo, más multipolar, competitivo y disputado, o simplemente frente a un vacío que nadie está verdaderamente dispuesto a ocupar?