Un tercio del padrón no votó: la crisis democrática de la Argentina

Las elecciones legislativas de 2025 en Argentina registraron la cifra más baja de participación electoral desde el retorno de la democracia. Esta disminución es el resultado de un problema estructural de representación democrática, cuyas consecuencias en el ejercicio del gobierno, la legitimidad de las instituciones y el futuro del sistema político argentino aún están por verse.

INSTITUCIONES Y GOBIERNO

Eileen Camara Ameri

12/4/20252 min read

Las últimas elecciones legislativas en Argentina dejaron una postal inquietante: la participación fue sumamente baja, lo que pone sobre la mesa una crisis de representación democrática de proporciones gigantes. Esa caída representa un síntoma muy profundo de la crisis de la legitimidad de las instituciones y del sistema político.

En los comicios de este año, solo votó el 67% del padrón, lo que significa que alrededor de 12 millones de personas habilitadas decidieron no concurrir a las urnas. Podemos observar cifras que exceden una normal variación de la estadística y evidencian un problema estructural que ya no puede ignorarse.

La falta de movilización ciudadana tiene su raíz en un desencanto profundo hacia la idea democrática. Muchos ciudadanos sienten que la política ya no es una herramienta para cambiar su vida, que sus problemas no son escuchados y que votar no modifica nada. Aquí se encuentra la verdadera grieta: entre la ciudadanía y sus representantes. El contrato social pierde sentido ante un Estado que ya no sirve al propósito original para el que fue creado: escuchar a la sociedad y actuar en consecuencia. La gente ya no se siente escuchada ni servida por el Estado. Al contrario, sienten que ellos son quienes están para servirlo. El estado, en lugar de sentirse como una representación real de la composición de la sociedad, se volvió una torre de marfil a la que se la mira desde abajo.

Todo lo mencionado hasta ahora se reflejó en la pobre participación y esto tiene consecuencias concretas. Cuando el Congreso se renueva con poco respaldo del electorado, su legitimidad se debilita. Los legisladores electos enfrentan el desafío de representar a una importante fracción del país que decidió no acompañarlos esta vez. Esa desconexión genera, a su vez, mayor desconfianza institucional.

En otras palabras, se presenta un llamado de atención para la clase dirigente. Gobernar sin el apoyo de un tercio del país implica enfrentar un problema simbólico enorme y es que no se puede construir políticas cuando un conjunto tan grande decide no formar parte del proceso. La legitimidad se vuelve un activo frágil y conlleva una posible inestabilidad.

Urge que nuestros líderes hagan una verdadera actividad de reflexión e introspección sobre cómo se desgastó tanto su credibilidad, al punto de que millones de personas eligieron no creer más en la promesa de cambio que representa una elección. Hay un axioma que indica que es imposible no comunicar. Incluso la inacción dice algo; el silencio también es un mensaje. En estas elecciones, la ciudadanía habló con ese silencio. El mensaje fue directo, casi brutal: “no creemos en nadie”.